Historias comunes que se van recogiendo de las caminatas diarias

domingo, 24 de junio de 2007

NOTAS DE LA CIUDAD



LA VENGANZA PÍRRICA DE FULANO


La mujer había terminado de subir a la camioneta todo terreno, al parecer con una sonrisa de niña que ya no era buena, mientras el gerente esbozaba una sonrisa de hombre ganador cuando encendía el motor





Fulano parecía haber recibido el impacto de un mueble que le había caído desde el tercer piso. Exactamente desde el edificio de la cuadra cinco de Angamos. Su rostro desencajado y sus ojos locos delataban su colapso emocional. La mujer había terminado de subir a la camioneta todo terreno, al parecer con una sonrisa de niña que ya no era buena, mientras el gerente esbozaba una sonrisa de hombre ganador cuando encendía el motor.
Fulano tuvo el tino de quedarse parapetado detrás del gran ciprés que se erguía a mitad de cuadra. Era definitivo, Fulano era ahora el actor de una vieja película en donde el personaje descubre que su mujer está saliendo con su jefe y entonces la vida se le congela sin fondo musical ni nada por el estilo.
El cielo era la misma pincelada gris de todos los días, aunque ahora las nubes negras le parecieron lo suficientemente cerca como para tocarlas. Se sentó en la banqueta, muy cerca de la calzada. Por sus manos abrazando sus rodillas, parecía que estaba buscando poner orden en sus pensamientos. Inevitablemente un par de lágrimas, sin mayor gesto, resbalaron por sus mejillas. Detrás de él, como un marco de película melodramática, el Café 4d dejaba ver las líneas verdes y blancas de su entrada y el conjunto de mesas llenas de jovencitos recibiendo la hora nona del verano.
De pronto, Fulano sintió que una mano tocó su hombro y cuando levantó la mirada encontró el rostro cetrino del hombre a quien siempre había visto vigilar la puerta del edificio de su desgracia. Lo siento, dijo el vigilante mientras se acuclillaba cerca de Fulano, esas cosas pasan. Fulano miró la calle por donde se había perdido la camioneta: negra, moderna, poderosa, conquistadora de secretarias sencillas. Usted lo sabía, le ha dicho Fulano, sin hacer mayor expresión en el rostro. Y el vigilante, yo sé muchas cosas, suspira, se molesta; pero me pagan por vigilar y por no meterme en lo que no me importa. ¿Qué hacer? ¿Cómo empezar a terminar? No lo sé, dice el vigilante y luego saca dos cigarrillos, Fulano acepta. Al rato están fumando. La avenida Angamos está fulgurante ahora. Las luces de los faroles están encendidas y el edificio donde funciona un casino es una explosión de luces multicolores que iluminan la noche. Sabe, dijo el vigilante, yo no soy nadie para meterme en su pena. La vida es así, algunas mujeres son así, algunos hombres somos así. Así son las cosas. Yo no soy nadie para juzgar. Le recomiendo que se vaya, que se calme, que se olvide de lo que no vale, cuando alguien se quiere ir se va; pero sabe qué... Fulano giró el rostro hacia el vigilante y se encontró con un hombre que miraba el poder desde el otro lado, como él. Luego vio los ojos de un amigo, quizás luego vio los ojos de un compañero, como cuando aun estaba en el colegio. Tuvo que haber visto algo que lo hizo sonreír.

- Sabe qué, hay que cosas que ya no se arreglan, pero le cuento que esos vidrios de la ventanas de la oficina son tan, pero tan caros, que ni se imagina.

Minutos después, las luces intermitentes de una patrulla y de una camioneta de serenazgo iluminaban la cuadra cinco de la avenida Angamos. Un vigilante del edificio declaraba para la policía que un loco se había aparecido de la nada y había lanzado pedradas hasta hacer añicos todos los vidrios del edificio. La verdad es que no podía precisar cómo era ese loco de mierda, pero que nunca lo había visto, era cierto. Finalmente exclamó, como para que quede muy claro, que él trató de alcanzarlo porque no era justo que le hicieran eso al dueño de la empresa, que era tan buena gente.

CRÓNICAS DE LA CIUDAD




FULANO Y LA ROSA
Fulano sostenía una rosa en la mano derecha y, en la otra mano, cargaba un bolsón tipo mochila, una mochila negra y envejecida. Tenía la cabellera lacia, desordenada y algo sucia, una barba de náufrag, una mirada de huérfano que lastimaba. Pude verlo bien porque estaba muy cerca de mí y yo estaba cerca de la esquina de Arequipa con Canevaro esperando que pasara la “combi” que me llevara, por fin, a casa después de tantas horas de oficina y complicaciones de cada día.

Fulano no parecía estar demente, aunque sus ojos lucían algo extraviados; pero la rosa, una sola, envuelta en papel celofán, casi minúscula y fuera de lugar entre el gentío gris de esa hora, por lo menos, lo dejaba como un extravagante o como un tonto y patético de primera clase, de esos que aún escuchan baladas del recuerdo. No lo digo solo por mí que, en verdad, sentí vergüenza ajena y opté por separarme unos pasos, sino por cada uno de los que se tropezaban con él y que descubrían la rosa entre sus manos. Inmediatamente mostraban una sonrisa socarrona y poco disimulada, algunos gestos burlones y algunos hasta buscaban la mirada cómplice con algún otro caminante para confirmar la estupidez de aquel Fulano de piel cetrina, casaca azul y con una rosa intensamente roja entre sus dedos oscuros.
Ya era la hora punta y el cruce de Canevaro con Arequipa se desbordaba. Una pequeña línea rojiza de la tarde aún se mantenía por encima de los empolvados edificios de Lince; pero la presencia de la noche ya era casi definitiva porque las luces de los faroles ya se habían encendido y los anuncios de neón ya borboritaban en las fachadas de los comercios.
Fue entonces que desde uno de los ómnibus que reiniciaban la marcha con el cambio de luces salió una voz furtiva que gritó en el momento justo: ¡Cojudo! Fulano parecía no haberse inmutado, pero tenía que haberlo escuchado porque el insulto se oyó en el mínimo espacio de silencio que puede haber entre los bocinazos, los silbatos y los gritos de los cobradores que vociferaban nombres de calles y distritos. Yo lo miraba a ratos, pero sin descuidar la visión de la avenida por donde tendría que llegar mi transporte. Alzó un poco más la rosa que ahora parecía más erguida, más roja, más intensa.
Cuando llegó por fin la línea que me llevaría a casa, y lo abordé entre empujones, pude ver que Fulano aun permanecía en su lugar con toda la facha de un hombre plantado; pero todavía sosteniendo la flor en su celofán. Recordé que mañana tenía una reunión de trabajo, que las ventas habían bajado, que tenía que mejorar mi récord si quería subir en la empresa, que había que trabajar más, que la vida era corta, que el fin de semana íbamos a tener una borrachera con los amigos de la empresa, que tal vez nos íbamos a divertir con alguna de la oficina, que a lo mejor nos ligaba algo, pero sin mayor compromiso, eso sí, porque la meta era otra, avanzar a toda máquina.
Mi transporte finalmente dio la vuelta por la avenida Arequipa; pero todavía pude ver un poco de Fulano y algunas de las miraditas burlonas de los transeúntes de esa hora.

Datos personales

Mi foto
Narrador por vocación, periodista ocasional. Ejerce la docencia en Lengua, Literatura y Redacción Básica y Superior. Ha publicado libros de cuentos como "Epistolario de Javier" (2006), “Lima a tientas“(2012) y "Cuentos de la ciudad" (2014). Además de otros académicos como el libro sobre gramática "La magia de las palabras" (2004), "Ortografía para todos" (2007), “Ortografía breve, escritura fácil” (2013). Colaborador para revistas y periódicos. Ha desarrollado talleres de Creación Literaria para el Museo de Bellas Artes de Lima, Asociación Peruana de Investigación Social. Asimismo, fue miembro de la Comisión Organizadora del Primer Encuentro de Escritores Peruanos en Madrid, España. Actualmente es director de “Punto y Coma Consultores”. Ha sido premiado en concursos como "Las mil palabras" de la revista Caretas y en el concurso "Julio Ramón Ribeyro" de Lima y los Juegos Florales de la UTC.